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Mostrando las entradas de abril, 2025

Alquimia

L a única forma real de vivir La alquimia es el arte de la transformación, pero no de los metales—sino de uno mismo. Y si hay algo que la vida me ha enseñado, es que crecer duele. Que enfrentar nuestros miedos es como sumergirse en aguas profundas, sin saber si realmente podremos volver a la superficie.  Que el autoconocimiento no es una revelación divina, sino un proceso incómodo, caótico y, en ocasiones, desgarrador. Durante años, me aferré a una versión de mí misma que creía inamovible. Pensaba que ciertas emociones, ciertas actitudes, ciertas heridas formaban parte de mi identidad y que no había nada que pudiera hacer para cambiarlo. Me refugiaba en lo conocido, aunque lo conocido me doliera. Porque lo desconocido aterraba más. Pero la alquimia no sucede en la comodidad. Sucede en el fuego, en la destrucción de certezas, en el colapso de una vida que nos había sostenido hasta que, de pronto, dejó de hacerlo. Mi propia alquimia comenzó el día que me di cuenta de que había estado...

Mientras sepas menos, mejor? que tan cierto hay en ello..

Cada quien vive en su cajita de cristal.  Esa idea tiene su peso, ¿no? Vivir en una "cajita de cristal" puede ser sinónimo de protección, de mantenerse dentro de lo seguro, lejos de las verdades incómodas o las complejidades del mundo. Y sí, hay quienes encuentran consuelo en la ignorancia, en la simplicidad de no cuestionar demasiado. Pero ¿mejor? Depende de la perspectiva. Saber menos puede evitar preocupaciones, puede mantenerte lejos de ciertas realidades duras, pero también te limita. La información expande, incomoda, transforma. La verdad, aunque a veces difícil, da herramientas para comprender, decidir y crecer. Quizá la pregunta no sea si es cierto, sino qué elegimos: ¿el alivio de la indiferencia o el peso del conocimiento? Porque una vez que sabes, ya no puedes des-saber. ¿Qué crees tú? ¿Vale la pena el sacrificio de la tranquilidad por la verdad?

La aventura de sentirlo todo y sobrevivir al intento

Emocionalmente Porosa:  Hay días en los que me siento como una esponja emocional. No una de esas esponjas industriales súper resistentes que todo lo limpian y todo lo aguantan. No, soy más bien esa esponja barata del supermercado que absorbe tanto líquido que termina desintegrándose en pedazos. Así que aquí estoy, Emocionalmente Porosa, viendo la vida pasar mientras filtro emociones ajenas y me dejo empapar por todo, como si no tuviera opción. Por si te lo estás preguntando, sí, ser emocionalmente porosa tiene sus momentos estelares. Uno de ellos es que puedes detectar el estado de ánimo de otra persona antes de que te salude. ¿Alguien con energía negativa a 100 metros? Tú ya lo sabes. ¿Un colega fingiendo que está bien cuando claramente quiere golpear a su ordenador? Lo intuyes. ¿Alguien diciendo "estoy bien" cuando claramente quiere llorar durante tres semanas? Lo captas.  El problema es que, al absorberlo todo, terminas llevándote a casa un cóctel emocional que nunca pedis...

Salí de la crisálida

Me acostumbré a la soledad Hay cosas que no planeamos, hábitos que se instalan en nuestra piel como tatuajes invisibles. Me acostumbré a estar sola. A vivir sola. No fue una decisión deliberada ni un acto heroico de independencia. Fue un resultado, una consecuencia de circunstancias que nunca pedí, pero que acepté con una resignación disfrazada de fortaleza. Me acostumbré a no expresar mis emociones porque el mundo rara vez tiene tiempo para escucharlas. Me acostumbré a la nostalgia de mis padres, a ese vacío que se expande en las madrugadas donde el silencio se vuelve más cruel. Me acostumbré a resolverlo todo sola, a caminar sin compañía, a hacerme experta en la autosuficiencia porque el depender de alguien siempre pareció una debilidad.  ¡Qué absurdo concepto de fortaleza tenía! Me volví la persona que resuelve los problemas de los demás, pero que no tiene quien le pregunte cómo está. Me acostumbré a la incomprensión, a ese peso silencioso de sentirse invisible. Y lo peor no fue...