Ir al contenido principal

La aventura de sentirlo todo y sobrevivir al intento

Emocionalmente Porosa: 

Hay días en los que me siento como una esponja emocional. No una de esas esponjas industriales súper resistentes que todo lo limpian y todo lo aguantan. No, soy más bien esa esponja barata del supermercado que absorbe tanto líquido que termina desintegrándose en pedazos. Así que aquí estoy, Emocionalmente Porosa, viendo la vida pasar mientras filtro emociones ajenas y me dejo empapar por todo, como si no tuviera opción.

Por si te lo estás preguntando, sí, ser emocionalmente porosa tiene sus momentos estelares. Uno de ellos es que puedes detectar el estado de ánimo de otra persona antes de que te salude. ¿Alguien con energía negativa a 100 metros? Tú ya lo sabes. ¿Un colega fingiendo que está bien cuando claramente quiere golpear a su ordenador? Lo intuyes. ¿Alguien diciendo "estoy bien" cuando claramente quiere llorar durante tres semanas? Lo captas. 

El problema es que, al absorberlo todo, terminas llevándote a casa un cóctel emocional que nunca pediste.

El precio de sentirlo todo

Ahora, antes de que pienses que esto suena profundamente romántico o como el inicio de una novela indie, déjame ser clara: no hay nada glamuroso en ser emocionalmente porosa. Es como tener alergia emocional las 24 horas. Cuando tu amiga está en una crisis existencial porque le cortaron el Wi-Fi, tu sistema nervioso actúa como si fuera tu propio apocalipsis. Cuando el mundo parece irse al carrizo, no solo sientes tu estrés, sino el estrés colectivo. 

Y, claro, también está la culpa: ¿por qué sientes tanto si técnicamente nada tiene que ver contigo?

Peor aún, intentas racionalizarlo. "Bueno, al menos soy empática", te dices a ti misma. Pero no es empatía. Es un agujero en tu sistema de gestión emocional. Mientras otros cierran la puerta de su mente al drama ajeno con la habilidad de un portero de discoteca, tú eres la fiesta abierta de par en par. "¡Pasen, todas las emociones son bienvenidas!"

Notita 1:  no lo son.

Momentos de ironía emocional

Uno de los grandes momentos de ironía de ser emocionalmente porosa es cómo la sociedad te etiqueta. La gente suele decir cosas como: "Eres tan sensible" o "Tienes un gran corazón." Suena bonito, ¿verdad? Hasta que te das cuenta de que lo dicen como una forma educada de señalar que te derrumbaste en la oficina porque tu jefe frunció el ceño durante una reunión.

Claro, luego viene el momento en que decides “blindarte.” Porque así somos los porosos, ¿verdad? Decimos: “A partir de hoy, nada me afectará.” Y durante tres minutos completos hasta lo consigues. Entonces alguien te lanza un comentario pasivo-agresivo en un chat grupal, y ya estás cuestionando toda tu existencia. “¿Seré demasiado dramática? ¿O seré dramáticamente demasiado?” Ambas respuestas son correctas.

La lucha interna: arreglarlo o asumirlo

He pasado por fases tratando de arreglar mi porosidad emocional. Desde meditación hasta autoterapia de YouTube University, jeje

Incluso leí un artículo que decía que para no ser emocionalmente porosa debías imaginar un “campo de fuerza invisible” alrededor de tu cuerpo. 

Notita 2: imaginarme con un campo de fuerza no impidió que absorbiera la ansiedad de una señora que discutía en el supermercado por un centavo. (Aunque debo admitir que el centavo sí me pareció un tema digno de debate).

Pero, ¿deberíamos realmente arreglarlo? Aquí es donde empieza la parte reflexiva y dolorosa de esta historia. 

Tal vez ser emocionalmente porosa no es algo que se pueda eliminar. Quizás solo se pueda gestionar. Porque, a pesar de lo desgastante, también está la magia: conectar profundamente con otros. Ser capaz de entender y ofrecer consuelo genuino. Ver colores emocionales que otros parecen ignorar. Claro, esa magia viene con un precio, pero… ¿acaso no lo vale?

Cómo sobrevivir siendo emocionalmente porosa (sin perder la cordura)

Después de años de navegar estas aguas emocionales sin un bote salvavidas, he encontrado algunas “estrategias” para no desmoronarme por completo:

  1. Límite es una palabra mágica: Aunque no lo creas, está bien decir “no puedo ahora.” No tienes que ser el terapeuta gratuito de todo el mundo. La vida sigue incluso si te tomas un respiro.

  2. Tu tiempo es sagrado: Si te agobias absorbiendo emociones, programa momentos para desconectar. No tienes que sentirte culpable por ello. (Bueno, intentar no sentirte culpable.)

  3. Encuentra tu tribu: Rodéate de personas que también sean porosas, pero que sepan gestionar mejor sus fugas emocionales. Hay algo terapéutico en compartir catarsis colectivas.

  4. Ríete de ti misma: El humor es tu mejor aliado. No subestimes el poder de reírte a carcajadas de tu propia (y a veces ridícula) sensibilidad.


¿Bendición o maldición?

Ser emocionalmente porosa es como cargar un superpoder que no pediste, pero que, de alguna forma, te hace especial. Sí, puede ser agotador, pero también te hace humano. En un mundo donde cada vez más personas parecen desconectadas y apáticas, ser emocionalmente porosa es, quizás, un recordatorio de que aún podemos sentir, incluso cuando duele.

Así que, si eres como yo, y te sientes como una esponja barata a punto de romperse, tómalo con humor. 

Respira, establece límites y, de vez en cuando, exprime esas emociones acumuladas. Después de todo, ¿quién dijo que ser humano sería sencillo? 😉

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Escuchando a mi niña interior

Un acto de valentía En algún rincón de mi alma habita  una voz que rara vez logro escuchar en medio del ruido cotidiano. Es la voz de mi niña interior, esa pequeña que aún me observa con ojos grandes y expectantes, preguntándose si he olvidado cómo reír sin reservas, cómo abrazar sin miedo o cómo soñar sin límites. Hoy quiero compartir su mensaje conmigo misma, pero también contigo, lector. Es una carta íntima que descubrí al volver a mirar al espejo del alma, rota en algunos pedazos, pero más auténtica que nunca. El mensaje desde dentro " Querida Jess, Te hablo desde lo profundo de tu ser, donde tus primeros sueños fueron sembrados. Soy esa niña que solía correr descalza, sintiendo la libertad como el único destino posible. No sabía lo que era el miedo al error, ni la ansiedad de no ser suficiente. Pero crecimos. Y aunque aún veo en ti chispas de esa esencia, también noto cuánto te olvidas de cuidarte. A veces te pierdes en la queja o te dejas atrapar por la incertidumbre. Deja...

El Ego: El huésped ruidoso que nadie invitó a la fiesta

Ah, el ego.  Ese compañero omnipresente que vive rent-free en nuestra mente, gritándonos que merecemos más: más likes, más atención, más validación. Claro, es fácil caer en su juego. A fin de cuentas, todos tenemos esa chispa interna que anhela reconocimiento. Pero, ¿alguna vez te has detenido a preguntarte: "¿Quién diablos dirige realmente mi vida? ¿Yo, o mi ego con sus delirios de grandeza?" Vamos a poner las cartas sobre la mesa y diseccionar este drama interno que todos llevamos dentro. Spoiler alert: no se trata de eliminar al ego, porque, digámoslo claro, no puedes simplemente sacarlo a patadas. Pero sí puedes invitarlo a sentarse tranquilito en la esquina mientras tú decides recuperar el control de tus decisiones. El ego, ese ‘rockstar’ del karaoke que no sabe cantar Imagínalo: estás en un karaoke y tu ego se sube al escenario, convencido de que es Freddie Mercury... pero suena más como un gato enojado. Así actúa en tu vida: grita, se asegura de llamar la atención y, a...

Salí de la crisálida

Me acostumbré a la soledad Hay cosas que no planeamos, hábitos que se instalan en nuestra piel como tatuajes invisibles. Me acostumbré a estar sola. A vivir sola. No fue una decisión deliberada ni un acto heroico de independencia. Fue un resultado, una consecuencia de circunstancias que nunca pedí, pero que acepté con una resignación disfrazada de fortaleza. Me acostumbré a no expresar mis emociones porque el mundo rara vez tiene tiempo para escucharlas. Me acostumbré a la nostalgia de mis padres, a ese vacío que se expande en las madrugadas donde el silencio se vuelve más cruel. Me acostumbré a resolverlo todo sola, a caminar sin compañía, a hacerme experta en la autosuficiencia porque el depender de alguien siempre pareció una debilidad.  ¡Qué absurdo concepto de fortaleza tenía! Me volví la persona que resuelve los problemas de los demás, pero que no tiene quien le pregunte cómo está. Me acostumbré a la incomprensión, a ese peso silencioso de sentirse invisible. Y lo peor no fue...