Despertar a la consciencia
Es, en cierto modo, como abrir los ojos en una habitación oscura: al principio todo es confuso, las formas apenas se distinguen y la mente titubea entre lo conocido y lo incierto. Pero luego, con paciencia, los contornos empiezan a cobrar sentido, y lo que parecía un caos se convierte en posibilidades.
Durante mucho tiempo, viví con la creencia de que la vida se jugaba en una sola carta. Elegir bien, apostar fuerte, asegurarse de que la decisión tomada fuera la correcta. Pero, ¿qué pasa cuando el resultado no es el esperado? ¿Cuando el camino elegido no nos lleva a donde creíamos que iríamos? La frustración cala hondo y el miedo se instala en la piel. Nos sentimos perdidos, como si hubiésemos lanzado una flecha al viento y nunca viéramos dónde cayó.
Sin embargo, un día me di cuenta de algo que cambió mi perspectiva: no hay un único camino, ni una sola verdad absoluta sobre quiénes somos o hacia dónde vamos. Más bien, somos un compendio de posibilidades, un entramado de alternativas que convergen en nuestro presente. Y lo que nos define no es el éxito de una apuesta única, sino el valor de explorar nuevas vías cuando el primer intento no nos lleva a donde esperábamos.
Aprender esto no fue cómodo. Me enfrenté a una incomodidad interna, a la resistencia de querer aferrarme a una sola versión de mí mismo. Pero en ese proceso descubrí algo vital: cuando soltamos la presión de acertar en la primera, cuando nos damos permiso de redescubrirnos y de reconstruir nuestra historia, el horizonte se expande y la vida deja de ser una sucesión de decisiones definitivas.
Ahora entiendo que mi camino no está trazado sobre una línea recta, sino sobre un mapa lleno de senderos en los que cada decisión abre una nueva posibilidad. No es un juego de azar, ni un tiro ciego al viento. Es un proceso consciente, una exploración de lo que significa ser. Y aunque aún me pierda a veces, ahora sé que perderse también es parte del viaje.
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