Ir al contenido principal

Las múltiples rutas del ser


Despertar a la consciencia

Es, en cierto modo, como abrir los ojos en una habitación oscura: al principio todo es confuso, las formas apenas se distinguen y la mente titubea entre lo conocido y lo incierto. Pero luego, con paciencia, los contornos empiezan a cobrar sentido, y lo que parecía un caos se convierte en posibilidades.

Durante mucho tiempo, viví con la creencia de que la vida se jugaba en una sola carta. Elegir bien, apostar fuerte, asegurarse de que la decisión tomada fuera la correcta. Pero, ¿qué pasa cuando el resultado no es el esperado? ¿Cuando el camino elegido no nos lleva a donde creíamos que iríamos? La frustración cala hondo y el miedo se instala en la piel. Nos sentimos perdidos, como si hubiésemos lanzado una flecha al viento y nunca viéramos dónde cayó.

Sin embargo, un día me di cuenta de algo que cambió mi perspectiva: no hay un único camino, ni una sola verdad absoluta sobre quiénes somos o hacia dónde vamos. Más bien, somos un compendio de posibilidades, un entramado de alternativas que convergen en nuestro presente. Y lo que nos define no es el éxito de una apuesta única, sino el valor de explorar nuevas vías cuando el primer intento no nos lleva a donde esperábamos.

Aprender esto no fue cómodo. Me enfrenté a una incomodidad interna, a la resistencia de querer aferrarme a una sola versión de mí mismo. Pero en ese proceso descubrí algo vital: cuando soltamos la presión de acertar en la primera, cuando nos damos permiso de redescubrirnos y de reconstruir nuestra historia, el horizonte se expande y la vida deja de ser una sucesión de decisiones definitivas.

Ahora entiendo que mi camino no está trazado sobre una línea recta, sino sobre un mapa lleno de senderos en los que cada decisión abre una nueva posibilidad. No es un juego de azar, ni un tiro ciego al viento. Es un proceso consciente, una exploración de lo que significa ser. Y aunque aún me pierda a veces, ahora sé que perderse también es parte del viaje.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Escuchando a mi niña interior

Un acto de valentía En algún rincón de mi alma habita  una voz que rara vez logro escuchar en medio del ruido cotidiano. Es la voz de mi niña interior, esa pequeña que aún me observa con ojos grandes y expectantes, preguntándose si he olvidado cómo reír sin reservas, cómo abrazar sin miedo o cómo soñar sin límites. Hoy quiero compartir su mensaje conmigo misma, pero también contigo, lector. Es una carta íntima que descubrí al volver a mirar al espejo del alma, rota en algunos pedazos, pero más auténtica que nunca. El mensaje desde dentro " Querida Jess, Te hablo desde lo profundo de tu ser, donde tus primeros sueños fueron sembrados. Soy esa niña que solía correr descalza, sintiendo la libertad como el único destino posible. No sabía lo que era el miedo al error, ni la ansiedad de no ser suficiente. Pero crecimos. Y aunque aún veo en ti chispas de esa esencia, también noto cuánto te olvidas de cuidarte. A veces te pierdes en la queja o te dejas atrapar por la incertidumbre. Deja...

El Ego: El huésped ruidoso que nadie invitó a la fiesta

Ah, el ego.  Ese compañero omnipresente que vive rent-free en nuestra mente, gritándonos que merecemos más: más likes, más atención, más validación. Claro, es fácil caer en su juego. A fin de cuentas, todos tenemos esa chispa interna que anhela reconocimiento. Pero, ¿alguna vez te has detenido a preguntarte: "¿Quién diablos dirige realmente mi vida? ¿Yo, o mi ego con sus delirios de grandeza?" Vamos a poner las cartas sobre la mesa y diseccionar este drama interno que todos llevamos dentro. Spoiler alert: no se trata de eliminar al ego, porque, digámoslo claro, no puedes simplemente sacarlo a patadas. Pero sí puedes invitarlo a sentarse tranquilito en la esquina mientras tú decides recuperar el control de tus decisiones. El ego, ese ‘rockstar’ del karaoke que no sabe cantar Imagínalo: estás en un karaoke y tu ego se sube al escenario, convencido de que es Freddie Mercury... pero suena más como un gato enojado. Así actúa en tu vida: grita, se asegura de llamar la atención y, a...

Salí de la crisálida

Me acostumbré a la soledad Hay cosas que no planeamos, hábitos que se instalan en nuestra piel como tatuajes invisibles. Me acostumbré a estar sola. A vivir sola. No fue una decisión deliberada ni un acto heroico de independencia. Fue un resultado, una consecuencia de circunstancias que nunca pedí, pero que acepté con una resignación disfrazada de fortaleza. Me acostumbré a no expresar mis emociones porque el mundo rara vez tiene tiempo para escucharlas. Me acostumbré a la nostalgia de mis padres, a ese vacío que se expande en las madrugadas donde el silencio se vuelve más cruel. Me acostumbré a resolverlo todo sola, a caminar sin compañía, a hacerme experta en la autosuficiencia porque el depender de alguien siempre pareció una debilidad.  ¡Qué absurdo concepto de fortaleza tenía! Me volví la persona que resuelve los problemas de los demás, pero que no tiene quien le pregunte cómo está. Me acostumbré a la incomprensión, a ese peso silencioso de sentirse invisible. Y lo peor no fue...