Como una flor marchita.
Si te confieso algo, prométeme que no me enjuiciarás en la horca. Comienzo haciéndote una pregunta: ¿alguna vez te ha pasado por la mente dejar este mundo? —me pregunta una amiga.
Le respondí: Pues es una pregunta compleja, porque si te pones a ver, no es el hecho en sí, sino el fondo de ello.
A veces, puede ser por la curiosidad de saber qué ocurre después de la muerte. O tal vez, por el deseo de desaparecer para no estorbar a nadie. O porque tu propio sentido egoico no te deja en paz: la idea de que no vales, de que nadie te quiere, de no saber quién eres ni cuál es tu propósito en el mundo. De tu simple… existencia.
Son muchas interrogantes, ¿no crees?
Fue entonces cuando me habló de su propia existencia. De mirarse al espejo y no encontrar el reflejo que esperaba ver. Lo que veía era su sonrisa borrada y una mirada triste, apagada.
Una vez me contó que muchas veces quiso dejarlo todo y marcharse a un lugar donde nadie supiera de ella, pero consideró que no era cortés dejar a su familia y amigos con la incertidumbre de no saber dónde podría estar ni con quién. Porque, al final, siempre preguntan: ¿Con quién estará? antes de preguntar ¿por qué lo hizo?
Yo sentí, sin lugar a dudas, que ella solo quería expresarme su hastío, su cansancio de llevar una vida vacía, dedicada a los demás. Entonces le pregunté:
—¿Por qué no te has dedicado a ti, a cumplir tus sueños, a hacer lo que realmente te gusta?
Me miró y me dijo:
—Es que ya no tengo ganas. Mi lucha ha sido constante y los resultados, poco amables. Ya sé lo que me dirás: tienes que ser agradecida por lo que tienes y has logrado hasta ahora. De eso se trata la vida… bla, bla, bla.
Pues sí, esas iban a ser mis palabras. Pero no quise decírselo. Porque ¿cómo no serlo, si así es como aprendemos y crecemos? La experiencia no viene envuelta en una caja.
La comparo con una bolsa de caramelos de colores. Cuando metes la mano y tomas uno, ese, solo ese, es el que te toca degustar. Rojo, verde, amarillo… cada uno con un sabor, un olor, una textura distinta. Así son las experiencias: algunas dulces y ligeras, otras amargas y pesadas.
Desde aquel entonces, no he vuelto a ver a mi amiga. Pero sé, con certeza, que cada día se hace las mismas preguntas…
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