Hay días en los que descubro que el silencio tiene un sonido propio. No es vacío, no es ausencia. Es como un murmullo invisible que me envuelve y me recuerda que estoy aquí, presente, respirando. Me encanta el sonido de nadie hablando porque, en ese espacio, la vida se revela con una claridad que las palabras a veces enturbian. El silencio no siempre fue mi aliado. Durante mucho tiempo lo sentí como un hueco incómodo, como un espejo que me obligaba a mirarme demasiado de cerca. Quizás por eso lo llenaba con conversaciones innecesarias, con música a todo volumen, con la urgencia de estar ocupada. Pero un día, sin buscarlo, descubrí que el silencio podía ser un refugio. Y desde entonces, cada vez que lo encuentro, lo abrazo como quien se reencuentra con un viejo amigo. Cuando nadie habla, escucho cosas que normalmente pasan desapercibidas. El roce del viento contra las ventanas, el crujido de la madera, el latido de mi propio corazón. Son sonidos pequeños, pero juntos forman una sin...
Cuando alejarse es lo más cercano que podemos estar de nosotras mism@s ¿Y si la distancia no fuera una pérdida, sino una declaración? Una declaración de claridad, de límites, de a mor propio. Porque a veces, lo más sano que podemos hacer es alejarnos. De personas, de trabajos, de rutinas que ya no nos representan. Y sí, también de esa versión nuestra que se aferraba a lo que dolía “porque así toca”. La ironía de lo que ya no queremos (pero seguimos tolerando) ¿Te ha pasado que te descubres justificando lo injustificable? —“Es que no es tan malo.” —“Ya cambiará.” —“Soy yo, que exagero.” No, no exageras. Lo que pasa es que nos han entrenado para aguantar. Para quedarnos en lugares incómodos con la esperanza de que, mágicamente, se vuelvan cómodos. Como si el sofá roto fuera a repararse solo si nos sentáramos lo suficiente. La ironía es que cuanto más aguantamos, más lejos estamos de nosotras mismas. Y ahí es donde entra el discernimiento: ese músculo emocional que se activa cuando de...